¿Cómo me siento?
EDUCADOS EN HACER EN LUGAR DE EN SENTIR
Hace algo más de un año que, gracias a la incorporación de mi compañero Francisco en el equipo, empecé a descubrir una nueva manera de enfocar tanto lo que ocurría a mis pacientes como lo que me ocurría a mí, y además a muchas personas de mi alrededor. Me di cuenta de que fui educada, como dice el segundo título de esta publicación, en hacer en lugar de en sentir. ¿Qué quiero decir con esto? Creo que nos inculcan la idea de qué tenemos que hacer para dejar de sentirnos de alguna manera (piensa en positivo, resuelve los problemas, se asertivo, céntrate en el presente…), pero no nos planteamos por qué nos sentimos así y de dónde nos viene. Por ejemplo, si un niño comienza a tener un comportamiento inquieto en clase, le cuesta prestar atención, o no hace sus deberes, lo habitual es pensar que o el niño tiene TDAH o es vago por ejemplo, pero no nos planteamos qué está sintiendo el niño para tener este tipo de comportamientos. Porque es posible que tenga problemas en casa, que se sienta solo, que se sienta enfadado por algo que le ha ocurrido en clase… en definitiva, que haya ocurrido algo que le dé un sentido a su comportamiento.
¿Por qué sucede esto?
La manera en la que nos relacionamos con nuestras emociones (positivas y negativas), viene aprendida de manera muy sutil de cómo se han relacionado nuestros padres con nuestras emociones, o de cómo hemos visto que ellos se han relacionado con las suyas propias. Si echamos un vistazo a la historia, poca importancia se ha dado a las emociones desagradables, si no que más bien, a muchos incluso nos han asustado, por lo que al no saber gestionarlas, hemos tenido que buscar otras maneras de lidiar con ellas. ¿Cómo nos imaginamos que nuestros abuelos hacían cuando se sentían tristes, asustados o enfadados por ejemplo? ¿Y nuestros bisabuelos? Es comprensible que nuestros padres tengan también dificultades y aprendieran o bien a no hacer mucho caso de las emociones negativas y desconectarse de ellas, o a hacer otras actividades para distraerse, o a resolver problemas para que la emoción dejara de estar ahí.
¿Cuál es el coste?
Todas las emociones están presentes en nuestro organismo por una razón, cumplen una función importante ya que nos dan información sobre lo que nos está ocurriendo en cualquier circunstancia. ¿Nos hemos planteado alguna vez para qué sirve lo que estamos sintiendo? Probablemente no porque no nos han enseñado a ello. Si no aprendemos a atender lo que sentimos y a entender las necesidades que necesitan ser cubiertas para que estas emociones se regulen, caminaremos por el mundo como si estuviésemos ciegos, pues, citando a Anabel González, las emociones son como un sentido más, al igual que tenemos la vista, el olfato o el oído por ejemplo. Además, las emociones que no son atendidas, se mantienen enquistadas pudiendo cronificarse.
Por estas razones, dedicaremos varias publicaciones a educar en emociones, a aprender qué siento, qué función está cumpliendo y cómo puedo gestionarlo.
Podemos empezar por atendernos en momentos que estemos realizando una actividad agradable, y hacernos la pregunta: ¿cómo me siento? y de esa manera comenzar a conectar con la emoción, la sensación en el cuerpo que nos produce y ponerle nombre. Empecemos poquito a poco, aprendiendo a conectar con emociones agradables. ¡Prueba y nos cuentas!